I. CONCEPTO
El ahorro es aquella parte de la renta que reciben las economías domésticas (después de pagar impuestos) y que no dedican a bienes de consumo en el mismo periodo. En realidad, ahorrar es una decisión que implica posponer el consumo a un periodo posterior en el tiempo, lo mismo que en otros periodos puede tomarse la decisión de incurrir en endeudamiento y adelantar a ese momento el consumo de una renta que se espera obtener en el futuro. Dicho de otra forma, el ahorro y el consumo son dos aspectos de una misma decisión.
El ahorro permite a las familias distribuir de forma más homogénea el consumo que pueden realizar a partir de la renta que percibirán a lo largo de la vida. De otra forma, si tuvieran que consumir en cada periodo los ingresos que obtienen, alternarían periodos de bajo consumo -al inicio de su vida laboral o en el momento de retirarse- con periodos de consumo elevado -en los momentos de su vida laboral en que son más productivos-. Este patrón de consumo daría lugar a un nivel de bienestar más bajo que el que se deriva de un patrón de consumo más uniforme en el tiempo.
Además de este motivo, que se denomina intertemporal, el ahorro puede obedecer también a un deseo de crear y mantener un determinado nivel de riqueza -activos- que permita cubrir el riesgo que supone la incertidumbre respecto a los ingresos futuros -ahorro preventivo- o dejar una herencia.
II. DETERMINANTES DEL AHORRO
En un periodo la suma del ahorro y el consumo debes ser iguales a la renta disponible para las familias, una vez que han pagado sus impuestos. Por tanto, el primer determinante del ahorro es la propia renta disponible: es razonable pensar que cuando ésta crece, lo hacen tanto el consumo como el ahorro. La medida en que cada aumento de un euro en la renta se traduce en aumento del ahorro se denominapropensión marginal al ahorro. Otro concepto interesante es el de propensión media al ahorro, que es la proporción que supone el ahorro en la renta total. Como hay un nivel de consumo mínimo que los hogares deben hacer incluso cuando su renta es baja, la propensión media al consumo es creciente con el nivel de renta. Esto quiere decir que los aumentos de la renta se traducen en aumentos del ahorro menos que proporcionales.
Otro determinante del ahorro es la riqueza. Las familias ahorran para acumular una riqueza que podrán utilizar en el futuro para sus gastos de consumo, por ejemplo cuando sus ingresos se vean reducidos como consecuencia de la jubilación. Por esa razón, si se produce un incremento inesperado de riqueza (por ejemplo por una revalorización de los activos), cabe esperar que se produzca un aumento del consumo y una reducción del ahorro. Del mismo modo, cuando la riqueza de las familias se ve disminuida, aumentarán el ahorro para reconstruir sus posibilidades de consumo futuro.
La cantidad de renta que las familias destinan al ahorro en un periodo también depende del tipo de interés. La renta que se ahorra en un periodo se transforma en consumo futuro en una proporción que viene dada precisamente por el tipo de interés real (la remuneración de ese ahorro). Por tanto, cuanto mayor sea el tipo de interés, mayor será el coste de oportunidad del consumo actual y las familias tendrán más incentivos para ahorrar. Ahora bien, esta relación positiva entre tipo de interés y ahorro (derivada de un efecto sustitución) podría verse neutralizada por el efecto renta que se produce simultáneamente. Efectivamente, al elevarse el tipo de interés las familias pueden obtener el nivel de consumo futuro que desean ahorrando en el momento actual una cantidad menor de su renta. Aunque el resultado neto de estos dos efectos es indeterminado, habitualmente se considera que el efecto sustitución predomina sobre el efecto renta.
La relación entre la renta y la riqueza y la cantidad de ahorro también puede verse modificada por otros factores distintos al tipo de interés, como la composición demográfica de un país o las características sociológicas de la población, que definen las preferencias entre consumo y ahorro. Igualmente la incertidumbre sobre la renta futura de las familias (por ejemplo, como consecuencia de una coyuntura desfavorable del mercado de trabajo), también puede dar lugar a un cierto ahorro preventivo y una reducción del consumo.
III. EL AHORRO Y LA INVERSIÓN: EL MERCADO DE FONDOS PRESTABLES
Además del análisis del ahorro desde el punto de vista individual, es importante considerar su relevancia desde el punto de vista macroeconómico. Mediante el ahorro, se financian las inversiones que darán lugar a la acumulación de los distintos tipos de capital (equipos productivos, infraestructuras, capital humano y capital tecnológico), que necesita una economía para llevar a cabo la producción y asegurarse un nivel adecuado de crecimiento económico.
Sin embargo, las decisiones de ahorrar e invertir son independientes: las toman agentes económicos distintos (los hogares y las empresas) y por motivos también diferentes. Por ello, el papel que desempeña el sistema financiero en una economía avanzada es fundamental: sirve para canalizar el ahorro que realizan aquellos agentes económicos que no gastan toda la renta que reciben hacia aquellos otros agentes que necesitan financiación para su inversión (que supone un gasto en el periodo superior a la renta corriente).
Esta labor de intermediación se realiza a través de distintos canales, ya sea en forma de mercado financiero o de intermediario financiero. De hecho, una de las características de las economías desarrolladas modernas es la sofisticación de sus sistemas financieros. Sin embargo, es posible representarla fácilmente a través de lo que se conoce como mercado de fondos prestables.
El lado de la oferta de este mercado está constituido por el ahorro, ya sea privado (hogares) o público (superávit presupuestario). Si consideramos dado el nivel de renta, la oferta de fondos prestables depende positivamente del tipo de interés (se supone que predomina el efecto sustitución). A este mercado acuden los inversores a captar los fondos que necesitan para financiarse. Por tanto, la demanda de fondos prestables depende de la inversión, que a su vez es una función inversa del tipo de interés: cuanto más baja sea esta tasa, mayor será el número de proyectos de inversión rentables.
Los movimientos del tipo de interés asegurarían para cada nivel de renta que el ahorro se canaliza hacia la inversión. Si, por ejemplo, a ese nivel de renta las familias ahorran una cantidad superior a la que las empresas están dispuestas a invertir, habría en este mercado un exceso de oferta, y el tipo de interés (el precio de este mercado) se reduciría. Esto tendría dos efectos: por un lado, al reducirse la rentabilidad del ahorro las familias podrían decidir aumentar su consumo presente (se reduce la oferta); por otro lado, aumenta la inversión al reducirse el coste de capital y pasar a ser rentables algunos proyectos que antes no lo eran (se incrementa la demanda). El resultado sería que el mercado acabase alcanzando el equilibrio.
Este razonamiento se ha hecho suponiendo que el nivel de renta está dado (se sitúa, por ejemplo, en el equilibrio de pleno empleo). Sin embargo, podría ocurrir que el equilibrio entre ahorro e inversión se produjera no sólo a través de cambios en el tipo de interés, sino también del nivel de renta. Para verlo puede considerarse una caída de la demanda de inversión, por ejemplo porque las expectativas sobre el futuro han empeorado. Como esto dará lugar a una menor producción de bienes de equipo, el resultado será menos empleo y un nivel de ingresos más bajo de las familias, que entonces deberán reducir su ahorro. Esta caída en el ahorro es equivalente a la reducción de la inversión.
IV. TASA DE AHORRO, CRECIMIENTO Y RENTA
Una de las proposiciones clásicas de la teoría del crecimiento económico es que un aumento de la tasa de ahorro permite elevar la tasa de crecimiento de la economía. También se afirma que aquellas economías que tienen tasas de ahorro mayores, acaban alcanzando niveles más altos de renta a largo plazo. Ambas afirmaciones se basan en la canalización del ahorro hacia la inversión que se ha visto en la sección anterior.
La renta per capita que obtiene una economía depende básicamente de la productividad de cada persona empleada y del porcentaje de la población total que está trabajando. Tomando como dado este porcentaje (la tasa de empleo) para elevar la renta per capita es preciso lograr aumentos de la productividad. Las dos fuentes principales de estos aumentos de productividad son el progreso técnico y lo que se conoce como profundización del capital: elevar la cantidad de capital con el que trabaja cada trabajador.
Cuando una economía pasa a ahorrar una fracción más elevada de la renta y este ahorro se canaliza hacia la inversión, se produce este aumento de la dotación de capital disponible por cada trabajador empleado y aumentan la productividad y la renta per capita. Es decir, se acelera el crecimiento económico.
Ahora bien, esta mayor tasa de crecimiento no se mantiene de forma indefinida, ya que el capital está afectado por rendimientos decrecientes (cada unidad de capital que se invierte genera un aumento de la renta cada vez más pequeño). Esto provoca que, finalmente, el ahorro y la inversión que se realizan sean exactamente iguales a la inversión que es necesaria hacer para compensar la depreciación del capital. En ese punto, por tanto, la relación capital trabajo deja de crecer y se extingue el efecto positivo de la mayor tasa de ahorro sobre el crecimiento económico. La renta per capita vuelve a crecer a la tasa que estaba registrando antes del aumento de la tasa de ahorro.
Aunque el efecto de una mayor tasa de ahorro sobre la tasa de crecimiento económico es transitorio, su efecto sobre el nivel de renta per capita a largo plazo sí es permanente, ya que el stock de capital por trabajador se estabiliza en un valor más alto.
V. LA PARADOJA DE LA AUSTERIDAD
En el análisis macroeconómico es frecuente encontrarnos con situaciones en las que un comportamiento aparentemente adecuado desde la óptica de algunos individuos genera los efectos contrarios a los esperados cuando se generaliza. Dicho de otra forma, lo que es posible para las partes no lo es para el conjunto.
De acuerdo con la sección anterior, el nivel de renta per capita a largo plazo depende positivamente de la proporción de renta que se ahorra, ya que al transformarse en inversión dará lugar a una relación capital trabajo mayor y a una productividad también más alta. En algunas ocasiones, esta proposición -válida a largo plazo, cuando todos los recursos están utilizados- se generaliza a los periodos de crisis y baja actividad. Por tanto, se recomienda austeridad y mayor ahorro como una forma de salir de una coyuntura desfavorable caracterizada por la caída en la renta y el empleo.
Es obvio que para cada familia, considerada aisladamente, la caída en los ingresos puede hacer aconsejable reducir el nivel de gasto en consumo. Sin embargo, este aumento de la proporción de renta que se ahorra puede acabar agravando la crisis, ya que el resultado es una caída adicional en la demanda agregada, y entonces en la producción y el empleo.
De hecho, la paradoja de la austeridad consiste en que la decisión generalizada de ahorrar más -mediante un aumento de la propensión media al ahorro- puede acabar provocando una caída en el ahorro que efectivamente puede llevarse a cabo. El mecanismo es el siguiente: el aumento del ahorro es equivalente a una reducción de la demanda de bienes de consumo, que da lugar a que las empresas reduzcan su producción y necesiten menos trabajadores, con lo que al final la renta disponible disminuye. Como el ahorro total es una proporción de esta renta, se está multiplicando un porcentaje mayor sobre una renta menor, y este efecto puede compensar la decisión inicial de ahorrar más.
Por tanto, si la economía se encuentra en un momento en el que la renta es reducida por una falta de demanda agregada, la solución para aumentarla no es un aumento del ahorro, sino del gasto. Como es improbable que esto pueda producirse a partir de las decisiones de las familias y las empresas, las autoridades intentan promoverlo a través de la reducción de los tipos de interés o, directamente, asumiendo este gasto en forma de un déficit público transitorio, que no es más que una situación de ahorro negativo.
Jorge Uxó González